La influencia china en Guatemala: R. Evan Ellis, catedrático de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU., charla con República
República recientemente entrevistó al Dr. Robert Evan Ellis, catedrático de la Escuela de Guerra del Ejército de EE. UU. y especialista en asuntos latinoamericanos. En la entrevista se abordó la creciente influencia china en Centroamérica, donde sólo Guatemala y Belice aún reconocen a Taiwán, además de las tendencias en las relaciones de toda Latinoamérica con EE. UU. y China. Esta entrega recoge toda la entrevista, que antes se había publicado en dos partes.
Para empezar, ¿quién es R. Evan Ellis? ¿De dónde surge el interés por la región?
Desde muy joven, tuve una fascinación por todo el mundo más allá de Ohio, mi lugar de nacimiento. Eso me impulsó a estudiar ciencia política. Trabajé los primeros 14 años de mi carrera en asesoría de temas de defensa y guerras del futuro en el sector privado, primero con SAIC y luego con Booz Allen.
En 2008 tuve la oportunidad de trabajar con una entidad del Gobierno, liderando un equipo de juegos de guerra con nuestros socios en la región. En 2014 conseguí esta posición como profesor de investigación del Colegio de Guerra del Ejército. Entre 2019 y 2020 tuve la oportunidad excepcional de trabajar para el secretario de Estado, Mike Pompeo, en su grupo de planificación de políticas. Esto me dio un poco de perspectiva del Departamento de Estado, que siempre he guardado conmigo.
¿Qué estrategias usa China para expandir su influencia en la región?
Primero hay que reconocer que para China acabar, en la medida de lo posible, con la autonomía de Taiwán y aislarlo internacionalmente es un tema estratégico. El enfoque de China en Centroamérica también forma parte de su competencia estratégica con EE. UU.
China generalmente busca lograr sus objetivos liderando con sus empresas estatales y su poder como comprador de commodities, prestamista o inversionista. De forma secundaria, pero también muy importante, China avanza sus objetivos tejiendo redes de influencia con los estudiantes que lleva a China con becas Hanban, también con las personas que invita: consultores, académicos, políticos, periodistas, etcétera.
China siempre opera localmente y se apoya en su diáspora, usando las cámaras de comercio China-País X y las sociedades de amistad China-País X.
Es indudable que China ha expandido su influencia en Centroamérica. ¿Podría darnos algo de contexto?
En los últimos 20 años, el avance de China ha sido en países sudamericanos, que, aunque de espíritu occidental, son relativamente lejanos desde la perspectiva de EE. UU. En Centroamérica y México, en cambio, hemos tenido Gobiernos relativamente cooperativos y conservadores.
Con el cambio de Costa Rica y Panamá, luego de El Salvador y ahora de Nicaragua y Honduras, tenemos un grupo de países cerca de EE. UU., donde hay Gobiernos relativamente débiles institucionalmente, con una transparencia imperfecta. China está avanzando muy rápido en proyectos de infraestructura, influencia y capacitación de periodistas. Cuando miramos a Honduras, no sólo se nota esto, sino también la negociación del tratado de libre comercio (TLC) y el interés chino en expandir su presencia en el eje de transporte regional.
Esto se ve en Nicaragua con el aeropuerto de Punta Huete y el posible proyecto ferroviario conectando Corinto con Bluefields, es decir, del Pacífico al Atlántico. Cuando miramos el Golfo de Fonseca, también vemos la posibilidad de un puerto en El Salvador. Lo que contemplamos es una serie de Gobiernos muy influidos por China, con relaciones no tan buenas con EE. UU. y con proyectos de infraestructura estratégica operados por China. Es un clúster muy cerca de EE. UU. que da a China muchas opciones de hacer cosas y, en cierta forma, aislar a EE. UU. de otros aliados más al sur.
Usted acaba de publicar un artículo en The Diplomat describiendo las presiones que China actualmente ejerce sobre Guatemala. ¿Le importaría explayarse?
Desde una perspectiva estratégica, cuando observamos la posibilidad de una Guatemala ya reconociendo China, quizá con un TLC con China, con proyectos de infraestructura, se entiende una preocupación, pero como parte de una preocupación mucho más grande.
China siempre busca tejer redes de influencia con periodistas, a veces comprando anuncios en periódicos, a veces invitando a periodistas a China. Por ejemplo, algunos colegas míos me han alertado de este viaje de tres meses por Claudia Méndez, quien entiendo es muy importante por su show ConCriterio. Han viajado otras personas de la Asociación de Periodistas de Guatemala, incluso Juan Antonio Canel Cabrera. También me mencionaron a Mario Rosales, de Canal Antigua.
Esto es muy consistente con cómo China funciona. Luego se sirven de estas redes de influencia para hablar de forma favorable sobre China o de forma negativa sobre Taiwán.
Tradicionalmente, Huawei, que ha operado en la región desde los años 90, ha sido muy importante, especialmente en países que no reconocen a China. No me sorprendió averiguar que los representantes de Huawei se han mostrado muy activos en Guatemala, con varios proyectos que introducen peligros informáticos, como el sistema que ahora han vendido a Banrural.
China a veces empieza tejiendo redes de influencia con importadores, exportadores y personas con interés en hacer cosas con China. Entonces se nota como un grupo automotriz ahora importa vehículos Chang’an. Estas relaciones no surgen de la noche a la mañana: conllevan años de relaciones y viajes a China.
¿Y lo político?
Informalmente, algunos colegas guatemaltecos me han indicado que, después de la transición, muchas personas del lado conservador —quizá muy asustados por la manera en que EE. UU. ha ejercido presión sobre varios sectores en Guatemala— han pensado: “Bueno, si EE. UU. nos va a mandar a todos a la cárcel con órdenes de extradición, mejor hacemos como los Ortega y tenemos otras asociaciones y fuentes de ingresos si las cosas van muy mal”.
Por otro lado, entiendo que el presidente Arévalo y su padre son muy respetados, pero Semilla es un grupo diverso y entre este grupo hay algunos con más simpatía por China y la izquierda. Además, en cierta forma, algunos asocian a Taiwán con un legado de corrupción, contra la cual Semilla combate. En mi opinión, no es completamente justo sólo tachar a Taiwán con esto.
Imaginemos que Guatemala reconoce a Pekín. ¿Cómo reaccionaría EE. UU.?
Se vería con preocupación y se haría un esfuerzo por disuadir a Guatemala, especialmente si Guatemala lo hace por sorpresa, como lo hizo Oscar Arias en Costa Rica y Sánchez Cerén en El Salvador. Pero creo que, a pesar de esto, se respeta que Guatemala puede tomar decisiones soberanas.
Si después de esto el Gobierno empieza a colaborar más con China en temas gubernamentales, como la capacitación policial y la arquitectura de la información, esto podría llevar a Guatemala por un sendero en que, por un lado, se dificulten las relaciones con EE. UU. y, por el otro, el país se entregue a una dependencia cada vez más fuerte, por el peso de China en la compra de productos guatemaltecos, las inversiones y los empleos.
¿La apuesta por China de muchos países latinoamericanos obedece sólo a intereses económicos o es también ideológica?
Para mí es como una relación interpersonal que ni es puramente ideológica, ni puramente política. A veces las personas ni están muy claras en cuanto a la complejidad de sus motivaciones. Por supuesto, hay un gran rango de países, desde Chile y Uruguay hasta Venezuela y Cuba, que mantienen relaciones con una combinación de motivos y, digamos, estilos.
Quizá el enfoque más común en la región es decir: “No nos involucramos en temas de competencia de las grandes potencias; sólo se trata de la plata y la oportunidad económica”. En muchas ocasiones, incluso en países conservadores como Ecuador, hay cierta atracción de las élites hacia los mercados chinos. [El magnate bananero] Segundo Wong dijo algo así como: “Si tan solo cada chino se comiera un banano ecuatoriano una vez a la semana, Ecuador sería un país fabulosamente adinerado”.
Todos los países tienen [una multitud] de personas pensando en las oportunidades y el sueño de ser socio local de un [gigante] chino como Huawei o China Harbor. Casi siempre he visto que China entra y logra su penetración en los mercados de Latinoamérica poco a poco, no cayendo como un paracaidista, sino por un tipo de guerra civil [dentro de las élites locales]. Están los que sueñan con enriquecerse por asociarse con los chinos y los que temen no poder competir con China.
Y bueno, ¿qué pasa con la dimensión ideológica? Recuerdo que en 2006 se bromeaba que Evo Morales llegó a China y, en una reunión del politburó [del Partido Comunista Chino], se proclamó gran admirador de Mao Zedong. Y el chiste, creo que de Andrés Oppenheimer, era que el único admirador de Mao Zedong en esa reunión era Evo Morales. Entonces, realmente hay ciertos líderes en la región que piensan: “Esta plata de China crea oportunidades para mí personalmente: enriquecerme, mantenerme en el poder, ya no tener que contestar y agachar la cabeza ante los estadounidenses”. Por otro lado, les permite tener una cooperación entre, digamos, países socialistas.
Pero yo veo que esta orientación política y la autoexclusión de trabajar con el Occidente y recibir inversiones occidentales, en cierta forma, se entrega a cierto sendero [ideológico]. Y lo que a veces ocurre es que mientras se reducen la transparencia, las opciones de inversionistas y la experiencia de la burocracia al evaluar contratos con China, lo más probable es que estos negocios con China no beneficien al país, sino a China y a los líderes firmantes.
¿Es posible para Latinoamérica equilibrar las relaciones entre EE. UU. y China?
Cuando los líderes dicen que no desean involucrarse en la gran competencia entre potencias, piensan que pueden conseguir los beneficios de hacer cosas con China y controlar los riesgos, porque se entienden los riesgos. Al final, algunos apuestan bien y otros apuestan mal. Pero a veces no involucrarse en la “gran competencia” equivale a ceder el deber de guardar el interés propio [de sus países], porque, si uno se mete con alguien que es muy depredador, quizá puede ganar y quizá no.
A veces [los líderes] dicen: “Son los gringos y su competencia entre grandes potencias”. Esto sirve de excusa psicológica y política para ignorar la cautela real y perseguir sus propios intereses personales o corporativos, diciendo que las relaciones con China son “sólo negocios”.
Y perdón, a veces digo algunas cosas atrevidas, pero insistir en que son sólo negocios es como decir: “Nos vamos a acostar con China, pero sin besos”. Pero no: hay un compromiso involucrado y consecuencias involucradas.
El comercio de Centroamérica con China es sumamente asimétrico, en beneficio de China. Para Centroamérica, ¿cuál es el beneficio real de los tratados de libre comercio con China?
Tomemos el caso de Costa Rica. Antes del cambio de reconocimiento, Costa Rica vendía chips de Intel a Lenovo. Inicialmente pareció que Costa Rica vendía productos de alto valor agregado, pero Lenovo [adquirido a IBM por China] siguió importando chips de Intel sólo hasta el momento en que decidió producirlos en China. Entonces, la fábrica de Intel en Costa Rica quedó perjudicada.
Pero si uno miraba todos los otros productos, ¿cuánto café tico vendió Costa Rica? ¿Cuánta fruta? Yo he hecho un estudio y, según el Fondo Monetario Internacional, si uno combina las exportaciones hacia Taiwán y China el año anterior, el año y los dos años después del cambio de reconocimiento, en casi todos los casos no hay un aumento en exportaciones, sino una caída neta en exportaciones, porque se pierde el mercado subsidiado de Taiwán y no se logra penetrar, más allá de cosas simbólicas, en el mercado chino. Mientras tanto, China va expandiendo su penetración de mercado.
Si uno lee todo lo que se escribe en Xinhua y China Daily, se habla de una expansión de los intercambios bilaterales, pero, al ver las exportaciones e importaciones, siempre son las importaciones desde China las que se expanden.
Con los tratados de libre comercio, China vende sueños, porque el mercado chino tiene muchas barreras no arancelarias. A China siempre le interesa negociar tratados de libre comercio, porque efectivamente abre el mercado local a sus productos y sus servicios, pero estos mercados no tienen ni el volumen, ni el conocimiento, ni la competitividad al enviar cosas por contenedores. No tienen productos muy competitivos para China.
En algunos casos, China sí permite o facilita las importaciones de países. Y esto generalmente ocurre en ciertos contextos. Número uno: cuando China realmente necesita algo, y esto generalmente tiene que ver con commodities —petróleo, hierro, ahora litio, etc.— al precio más bajo. O sea, no los cerdos, sino los frijoles de soja para alimentar los cerdos. Y si China tiene que obtenerlo, prefiere hacerlo a través de su empresa de logística y su empresa minera operando en el país, no comprándolo directamente al exportador.
El segundo es cuando se busca un beneficio político. Por ejemplo, Costa Rica cambia [de Taiwán a China] y llega una delegación con Óscar Arias. En esta delegación hay exportadores de café, fruta, etc., bien conectados con Arias. Entonces, China firma acuerdos fitosanitarios que no la comprometen a importar los productos, pero la comprometen a crear una vía para comprar los productos en el futuro. En la prensa suena bien: “Mira, el acuerdo fitosanitario, mira qué podría pasar”. Y a veces sí, porque no les cuesta nada comprar un poco de café.
Por tanto, China compra cosas que realmente necesita y cosas con un impacto estratégico en su cortejada [de aliados].
Quizá el otro es cuando China quiere tener los mejores lujos de todo el mundo, pues China percibe el mundo como un lugar exótico, en que China como el centro del universo —Zhōngguó— ya importa. De ahí el éxito de Chile con sus uvas de mesa y cerezas. China puede comprar uvas de Filipinas, de Vietnam, sin gastar para importarlas en contenedores refrigerados o vuelos. Pero Chile ha mercadeado sus vinos y uvas como productos de lujo y prestigio, y los chinos tienen una sociedad muy elitista en cuanto a mostrar sus artículos de Izod, TAG Heuer y todo eso. Ciertos países han logrado ubicar sus productos como los más finos del mundo; otro ejemplo sería el café Blue Mountain de Jamaica.
Pero entonces, ¿qué capacidad realmente tiene, por ejemplo, PROESA [Organismo Promotor de Exportaciones e Inversiones de El Salvador] de representar los productos salvadoreños como los productos más de élite del mundo? ¿Qué capacidad tiene de establecer una marca país, de disponer de personas que hablan chino-mandarín?
Inicialmente había algo de lógica en los acuerdos negociados por Chile y Perú, pero no con Costa Rica y ahora Nicaragua; con Honduras y El Salvador vamos a ver. Nicaragua no ha recuperado ni la mitad de lo que perdió de Taiwán, incluso con su acuerdo de cosecha temprana.
En mayo, China retuvo varios contenedores guatemaltecos. ¿Acaso encaja esto dentro de la estrategia china?
En 2010, ocurrió algo parecido en Argentina. Los chinos se molestaron mucho, porque el Gobierno peronista argentino impuso muchos aranceles en contra del dumping chino. En respuesta, un gran comprador de soya, China Oil and Foodstuffs Corporation (COFCO), suspendió las compras a Argentina por algunas impurezas en su receta de soya, cosa que siempre ha sido problema.
Era un negocio de USD 2,000M, así que el canciller argentino, Héctor Timerman, fue corriendo a China. Luego fue Cristina Fernández, que canceló su visita en febrero de 2010, pero muy poco después encontró el tiempo para ir a China.
Los chinos no dicen: “Estamos haciendo esto para castigarte y debes cambiar”. No son sanciones a la estadounidense, porque China siempre permite agachar la cabeza o, mejor dicho, “guardar cara”.
Lo mismo ocurrió en Australia. Cuando Australia se atrevió a investigar los orígenes en Wuhan del COVID-19, China mágicamente suspendió las compras de bienes agrícolas. Hay un caso también en Inglaterra.
Incluso está el caso antidumping contra el acero chino en Chile. Es interesante que el presidente de Fedefruta [Federación de Productores de Frutas de Chile] curiosamente dijera que se estaba actuando con demasiado mano dura y que Chile debería negociar con los chinos. ¿Por qué Fedefruta está tan preocupada, cuando no tiene nada que ver con el acero? Porque ellos entienden muy bien que el estilo chino es castigar la fruta, o sea, responder a aranceles sobre su acero castigando a los exportadores chilenos de fruta.
Los chinos son muy adeptos en aplicar este tipo de presiones. Ellos no van a decir: “O cambian las relaciones, o ustedes no exportan ni un grano de café jamás”. Pero cortan su compra y todos entienden por qué, aunque no lo digan.
¿Qué representa la nueva presidenta de México, Claudia Sheinbaum, para las relaciones México-EE. UU. y México-China?
Creo que el caso de Claudia Sheinbaum es algo complejo, pero preocupante y lleno de ironías y contradicciones. Por un lado, especialmente si sigue Joe Biden en la Casa Blanca, vamos a tener una relación superficialmente muy positiva con ella.
Hay más coincidencia en temas sociales: derechos de la mujer, protección de ciertos grupos marginados, preocupación medioambiental. Yo creo que Claudia Sheinbaum y la administración Biden comparten mucho en agenda social. Entonces, igual que en Brasil con Lula, encontramos muchos puntos de coincidencia, mientras que quizá nuestro país socio siga haciendo muchas cosas que socavan nuestros intereses nacionales.
Con Claudia Sheinbaum, no veo que, ideológicamente, ella tire a México a los brazos de China, pero veo muchos aspectos de su orientación que van a abrir la puerta a mucha más influencia para China. Número uno, el nearshoring. El mayor beneficiario del nearshoring en México es China.
Todos las empresas chinas están intentando reinventarse como empresas mexicanas para proteger su acceso al mercado TLCAN, ahora USMCA [o T-MEC]. Irónicamente, Claudia Sheinbaum entiende muy bien este concepto de aprovechar el nearshoring para fomentar la inversión en infraestructura, fabricación, bodegas, etc. Creo que su orientación práctica para atraer más inversión va a acelerar el proceso bajo el que empresas chinas en Nueva León y otros estados fronterizos son los inversionistas más grandes.
Además, Sheinbaum está muy interesada en privilegiar los temas medioambientales. Creo que, especialmente ahora con todas las autoridades estatales que va a tener después de septiembre, con esta supermayoría en el Congreso, ella va a seguir privilegiando a la CFE [Comisión Federal de Electricidad], pero sospecho que esto abre la puerta a una colaboración que aumente las compras de paneles fotovoltaicos chinos y los proyectos eólicos chinos en conjunto con la CFE.
La otra parte de esto es qué va a pasar con Gangfeng Lithium. Yo creo que Gangfeng quedó muy defraudado después de su mala experiencia con Bacanora [en Sonora], pero el intento de nacionalizar el sector del litio sin tener su propia pericia fue muy torpe por parte de AMLO. Sospecho que Sheinbaum va a mantener un rol estatal, pero, si quiere la inversión de BYD o si quiere otra fábrica, las empresas chinas de autos eléctricos, van a crear una fuente de litio en México. Entonces, es completamente posible una nueva oportunidad de Sheinbaum a BYD.
Ya China está involucrada en el Tren Maya, sólo ahora en su segunda etapa. Esto va a seguir. También está el Corredor Interoceánico entre Veracruz y Salina Cruz (Oaxaca). Creo que esto también se va a convertir en un eje principal desarrollado por los chinos; en un intento por Sheinbaum de atraer una nueva ruta desde Europa hacia Asia por México.
Sheinbaum también es mucho más internacionalista que AMLO. Veo esto quizá no como algo ideológico, sino más bien como una apertura a realizar negocios con China, con esta orientación, digamos, independiente, que es típica de Morena. Entonces, incluso manteniendo las buenas relaciones con EE. UU., creo que vamos a ver una gran expansión de la presencia china en México.
Va a ser muy diferente si tenemos un presidente Trump o un presidente Biden. Sospecho que la química entre Donald Trump y Claudia Sheinbaum no sería la mejor.
¿Cómo ve el panorama en Centroamérica?
En cuanto a Centroamérica, honestamente, no tengo mucha esperanza. En el caso de Bukele, podemos tener una mejor relación con El Salvador, pero creo que a cualquiera que gane en EE. UU. le preocupa la dirección de Xiomara Castro y LIBRE en Honduras. Yo creo que sigue radicalizándose. Lo mismo ocurre con Ortega.
Lo que podría pasar en Guatemala es un poco complicado. Veo una espada de doble filo para quien gane en EE. UU. Por un lado, en la administración Biden hay una incoherencia con el proyecto social y la lucha compartida contra la corrupción, pero es una situación un poco inestable en cuanto a la dificultad del progreso legislativo de Arévalo y la tentación de hacer cosas que quizá no beneficien a EE. UU. Si hay un presidente Trump, habría otros tipos complicaciones en las dinámicas con Guatemala.
Por lo general, veo una expansión de China y relaciones complicadas en América Central y, por supuesto, un seguimiento de las complicaciones de fentanilo, drogas y migración. Vamos a ver dónde llega Mulino en cuanto a colaboración y migración, pero ciertas realidades no paran: Colombia está inundada de cocaína; Venezuela ya es un país productor, y he escuchado que hasta en Guatemala, en el Petén, hay pequeños sembrados y laboratorios. Además, tenemos lo que está pasando en Ecuador.
Temo que vayan a seguir las fuentes de tensión y corrupción relacionadas con la migración, las pandillas, las armas y las drogas. Quiero pensar en la posibilidad de algunas soluciones positivas en países individuales, pero creo que seguiremos viendo una región bajo mucho estrés, con actores extrahemisféricos orientados a aprovechar de este estrés.