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Implicaciones de la Guerra Entre Israel y Hamás para el Entorno Estratégico Mundial

R. Evan Ellis
R. Evan Ellis Geodese

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El desarrollo de la guerra entre Israel y la organización terrorista Hamas es como ver un choque de trenes en cámara lenta.  El terror desmesurado y ampliamente planeado de Hamás contra Israel el 7 de octubre ha puesto en marcha acciones trágicamente predecibles, que probablemente acelerarán la transformación fundamental en curso en el entorno de seguridad mundial, en beneficio no solo de Hezbolá e Irán, sino también de Rusia y China.  Estas consecuencias tienen implicaciones profundas y negativas para Estados Unidos y una serie de otros actores, incluso en América Latina.

Desde una perspectiva israelí, el éxito de Hamás en la planificación y ejecución de los ataques a gran escala por tierra, aire y mar, con todos los recursos, la coordinación y las personas involucradas, demuestra la inviabilidad de la solución de «dos Estados», que es la posición generalmente aceptada y políticamente correcta sobre el conflicto palestino-israelí adoptada por la mayor parte del mundo. Podría decirse que fue la relativa falta de acceso de Israel a Gaza, lo que efectivamente le permitió ser operada como una “prisión al aire libre” autogobernada y peligrosamente adyacente a Israel. Lo anterior le brindó a Hamás un espacio seguro para planificar sus atrocidades, gracias a que podían operar en medio de una población educada con un marcado odio hacia Israel.

La respuesta militar de Israel está pasando de los ataques iniciales por aire contra los líderes de Hamas y los objetivos de infraestructura en la Franja de Gaza, a la probable realización de una incursión terrestre y ocupación una vez que las condiciones adecuadas sean alcanzadas.  Sin embargo, incluso si a través de una campaña protegida sobre el terreno en Gaza, Israel eliminara a los actores y la infraestructura que le permitieron el ataque del 7 de octubre —lo cual no es en absoluto seguro—, es poco probable que pudiera retirarse después de incurrir en las bajas significativas requeridas para hacerlo, y devolver el poder a una población autogobernada, educada para odiar a sus vecinos judíos y rodeada de regímenes hostiles a Israel, con el riesgo razonable de que otro acto de depravación similar pudiera ocurrir dentro de unos años.

Es probable que el acordonamiento israelí de la Franja de Gaza tenga la intención, en parte, de expulsar a una parte significativa de la población de la zona, reduciendo —no eliminando— el riesgo de enfrentamiento con civiles hostiles a medida que avanzan las FDI, al tiempo que facilita la identificación de los rehenes —que no pueden ser fácilmente sacados del país a través del puesto de control egipcio—.  Sin embargo, las acciones terrestres israelíes en Gaza, incluso con el máximo ejercicio de precaución, inevitablemente producirán víctimas civiles, tal como ocurrió con las operaciones estadounidenses en Irak y Afganistán.  Las imágenes de tales víctimas y el sufrimiento de las poblaciones civiles serán sustancialmente perjudiciales para la imagen de Israel en el mundo musulmán, alimentando los sentimientos anti-israelíes, los sentimientos anti-estadounidenses por su papel percibido en el respaldo a Israel, y un flujo ampliado de dinero y reclutas en organizaciones radicales como Hezbolá, incluso si el propio Hamas es efectivamente destruido.

Del mismo modo que Hamás probablemente planeó un ataque de máxima brutalidad con el objetivo de incitar la respuesta israelí más dura posible y con el fin de aprovechar y alimentar el sentimiento antiisraelí, Hamás y otras organizaciones radicales tienen ahora todos los incentivos para esconderse detrás de objetivos civiles y obligar a Israel a realizar acciones que generen víctimas colaterales, logrando desacreditarlo ante la comunidad internacional.  En el contexto del creciente sentimiento antiisraelí, los gobiernos de Oriente Medio que han buscado previamente rumbos pragmáticos, incluidos Egipto, Arabia Saudita y los Emiratos, perderán libertad de maniobra y se enfrentarán al radicalismo expandido en sus propios países.  Estos dilemas para los pragmáticos beneficiarán a su rival Irán, que probablemente jugó un papel en ayudar a Hamas a preparar el ataque.

Más allá de Oriente Medio, a lo ancho de todo el mundo, el flujo continuo de víctimas y la difícil situación real de los refugiados palestinos alimentarán los llamamientos «moralmente neutrales» para que se «ponga fin a la violencia», olvidando la brutal cadena de acontecimientos que obligaron a la acción israelí. 

Todavía no está claro si los radicales islámicos ampliarán el foco de su terrorismo más allá de Israel para atacar a las sociedades occidentales, como sugieren las protestas del «día de la ira» en el resto del planeta, o qué tan exitosos serían al hacerlo.  Un objetivo clave de tales ataques sería presumiblemente ampliar el conflicto a una lucha entre occidente y el mundo islámico, como otros grupos; desde Al Qaeda hasta ISIS lo intentaron hacer anteriormente.  También es posible que Hezbolá, con el estímulo de Irán, ataque a Israel desde el Líbano para abrir una guerra en dos frentes, aunque los libaneses recuerdan el daño causado por la última participación del país en una guerra contra Israel en 2006.

Como alternativa a estas posibilidades de escalamiento, los actores clave detrás de los ataques de Hamas ahora pueden tratar de impedir que otros ataquen un conjunto más amplio de objetivos, a fin de no socavar su campaña para maximizar la simpatía por los palestinos y poner a la opinión global en contra de Israel.  Sin embargo, no está claro que en el mundo descentralizado del extremismo islámico, tales dinámicas puedan ser controladas efectivamente por cualquier actor individual.

Como ocurrió en la política de Oriente Medio después de todas las guerras contra Israel que produjeron refugiados palestinos (1948, 1967 y 1973), los gobiernos de la región tienen hoy pocos incentivos para reasentar a los refugiados de Gaza en sus propias sociedades, en lugar de mantenerlos en un estado de limbo y marginación económica en campamentos, centrando su energía en regresar a las tierras de las que Israel los obligó a salir; una vez que Israel sea diezmado.

A medio plazo, el apoyo de Estados Unidos a Israel, aunque estratégico y moralmente necesario, desviará la atención que los líderes han puesto sobre los recursos destinados a Ucrania ya que el ejército de este último se quedará sin tiempo para explotar sus avances antes de que llegue el invierno, y el ejército ruso tenga tiempo para reforzarse, asegurando que la guerra se extenderá hasta la temporada 2024  a un costo aún mayor de vidas rusas y ucranianas y tesoros occidentales, mientras la República Popular China observa.

La República Popular China se beneficiará estratégicamente de estos conflictos que se refuerzan mutuamente, ya que su rival geopolítico —Estados Unidos— estará atrapado en gastar sus recursos en dos guerras simultáneas, mientras la opinión mundial se vuelve en su contra por la presunta asociación con las bajas infligidas por Israel en sus operaciones en curso en Gaza.  En este contexto, la PRC puede tener la oportunidad de aprovechar la situación para actuar contra Taiwán, sobre todo si calcula que Estados Unidos carece de capacidad para llevar a cabo simultáneamente operaciones militares importantes en tres teatros.  Por otra parte, dados los probables costes económicos catastróficos de una guerra de este tipo, en el contexto de las dificultades económicas de la PRC como la crisis financiera en su sector inmobiliario, no es un hecho que la PRC vaya a aprovechar la oportunidad que puedan presentarle las guerras en Oriente Medio y Ucrania.

Para América Latina, es probable que los conflictos en curso traigan más malas noticias en múltiples frentes.  Es probable que la violencia aumente los precios de los combustibles, especialmente si el conflicto se expande, golpeando a los más vulnerables de la región, tal como ocurrió tras la invasión rusa en Ucrania.  Los grupos islámicos en América Latina podrían atacar objetivos judíos, como ocurrió en Argentina contra la embajada de Israel en 1992 y contra el Centro Comunitario Judío AMIA en 1994.  Las células terroristas de la región también podrían atacar a los gobiernos percibidos como partidarios de Israel.  Irán, alentado por las posiciones desequilibradamente propalestinas ya expresadas por los regímenes antiestadounidenses en Venezuela, Nicaragua y Cuba, podría tratar de profundizar su ya en curso recompromiso con la región.  Al igual que con Rusia, Irán puede tratar de aprovechar la neutralidad calculada de los regímenes latinoamericanos de México y Brasil, para fortalecer las interacciones políticas y de otro tipo con esos regímenes, comenzando con el interés proclamado en intermediar un acuerdo de paz.

La ironía de la tragedia que se está desarrollando actualmente, con un alto costo en vidas, es que ni Israel ni los Estados Unidos tienen mejores opciones estratégicas que la que están persiguiendo; sin embargo, la inteligencia con la que ambos juegan y la situación difícil que se ha desencadenado, será decisiva en el resultado, no solo en el Medio Oriente, sino en un orden global más amplio, cada vez más antiliberal y polarizado.